Temprano en la mañana del 31 de julio me tome el bondi al
aeropuerto de Auckland rezando de que mi pasaje a Singapore sea válido, ya que
nunca lo pagué! (En otro momento contaré la historia de cómo viajar 11 hs y
cambiar de continente totalmente gratis, solo les digo que no le robé a nadie
ni hubo nada de la falsa “viveza criolla”). Todo salió bien y pude disfrutar
del viaje que me iba a depositar finalmente en el comienzo de mi aventura por
el sudeste asiático.
Al bajar del avión me pongo a charlar con 3 chicas, para
variar argentinas…jeje y como nuestros hostel quedaban cerca, encaramos los 4
para “Little India” montados en el gran MRT, un subte que conecta todos los
puntos de la ciudad con increíble puntualidad y sobre todo con un exquisito
aire acondicionado. Esta zona, como mis inteligentísimos lectores habrán
deducido está llena de indios y es como haber llegado al medio de la india. El
orden y la prolijidad típica de Singapore desaparecen al instante y todo se
invade de olor a curry y grandes mercados multitudinarios.
Duchita, birrita en el hostel sociabilizando con el resto de
los huéspedes y al sobre, así al dia siguiente podría comenzar temprano mi
recorrida en mi único día en la ciudad. El jetlag, la ansiedad y el calor se
adelantaron a mi despertador y a las
5:30 am ya estaba dando vueltas por una ciudad que para mi sorpresa, estaba
completamente desierta (el movimiento arranca tipo 8). Alrededor de las 9, me
encontré nuevamente con las chicas y nos fuimos rumbo China Town (una vez más
confío en la sagacidad de los lectores para imaginarse como es el lugar…je).
Templos, mercados y alguna comida típica nos dejo la pasada
por este barrio, para luego seguir en Orchard
Road, el excentricismo en estado puro…hoteles 5 estrellas, gigantescos
shoppings uno al lado del otro con las marcas más exclusivas, autos de lujo por
todos lados…para que se den una idea, hay una especie de taxis que son Rolls Royce! En fin, lindo para conocer
pero no para perder mucho tiempo, asi que me separé de las chicas y me fui en
búsqueda de la embajada de Australia para hacer un trámite finalmente
frustrado. En la parada del bondi, tratando de ver como podía llegar a la
famosa estatua de Singapore (Merlion, mitad Leon, mitad pez). Le pregunte a un local, y me contestó
con un poco de cara de asco “¿ahí qurés ir?”, le pedí que me recomendara un
mejor lugar y él me sugirió el botánico. Lógicamente son las cosas que uno hace
estando en el exterior, porque el de Bs As no lo piso desde que tenía 5 años.
La verdad es que valió la pena, es inmenso, muy prolijo y diverso, y en más de
una vez me hizo acordar a Daniel San y el Sensei Miyagui (que en paz descance),
gracias al estilo oriental y a los miles de bonsái.
Lo único malo fue que ya desde temprano padecí los clásicos
monzones de esta época del año, aunque con la cámara a salvo no hice más que
disfrutar de la refrescante lluvia, ya que el calor por momentos es
insoportable. Ya cayendo el sol, arranque la caminata de vuelta nuevamente a
través de Orchard Rd, perfectamente
diseñada para obligarte literalmente a entrar a los shoppings, así como
igualmente complicada para salir.
Por la noche me junté con las chicas de nuevo (dato de
color: una resultó ser compañerda de la secundaria de mi hermano…un pañuelo!)
Habiendo probado la comida china, esta vez nos fuimos en búsqueda de la
alternativa india, y si bien dejamos algunas cositas de lado, estuvo rico!!
En la madrugada siguiente me despido de Singapore (por un
par de meses) y encaro nuevamente hacia “el mejor aeropuerto del mundo” (según
algún ranking que leí) en búsqueda de un nuevo sello en mi pasaporte, esta vez
Indonesia.